viernes, 28 de septiembre de 2012

25 S - Rodea el Congreso: Violencia Policial y Represión en Madrid

 




  "Rage against the dying of the light"

 Dylan Thomas


  Construir la crispación


 Desde hace ya varias semanas, y con motivo de la acción "Rodea el Congreso", la Coordinadora-25S y la plataforma ¡En Pie! no han dejado de sufrir la presión del gobierno y el acoso de los medios de comunicación oficiales del régimen. Un acoso que se ha servido de la total complicidad de los cuerpos de seguridad del Estado. Con la proximidad de la fecha señalada para la acción, el 25 de septiembre, el cerco mediático y policial fue estrechándose cada vez más: lo que en principio eran bulos y mensajes confusos sobre la acción del 25 S o sobre los grupos que la convocaban, algunos difundidos por la Delegación de Gobierno de Madrid, fueron convirtiéndose en controles policiales en las asambleas populares y denuncias a varios particulares que participaban en las mismas. Unas denuncias que tenían como motivo principal la comisión de delitos aún no perpetrados: promover la alteración del normal funcionamiento del Congreso de los Diputados. Es decir, se trataba de denuncias preventivas contra una acción que había declarado, por todos los canales y vías posibles, ser pacífica y no pretender alterar en absoluto el orden del Congreso. Todas estas medidas se tomaron, por supuesto, en aras del mantenimiento del orden y la convivencia de los ciudadanos. Ante tal escenario, y después de lo vivido hace dos días en la Plaza de Neptuno, cabría preguntarse, como mínimo, sobre que "orden y convivencia" estamos hablando. 

 La criminalización de los movimientos sociales por parte de la Comunidad de Madrid no es, por desgracia, una actitud desconocida para la gente que participa en ellos o para las personas que simpatizan con sus propuestas y acciones. El 15M ha sido, y sigue siendo, el caso más multitudinario y mediático en este sentido. Pero antes de él han sido muchos los movimientos vecinales, de okupación o asociaciones los que se han visto estigmatizados tanto por los medios de comunicación (anti-sistema, perrofalutas, perdedores, vagos, violentos, etc.) como por las actitudes adoptadas ante ellos por las instituciones gubernamentales. El cierre de Centros Sociales -como el reciente y significativo tapiado de Casablanca- o el desprecio institucional ante las medidas propuestas por los ciudadanos para mejorar la convivencia democrática -ILP's, proyectos en ayuntamientos- son gestos a los que estamos más que acostumbrados. Sin embargo, la actuación del gobierno madrileño del Partido Popular ante el 25-S resulta inédita. No sólo se han dedicado a crear un marco de crispación sustentado en la difusión de información reconocidamente falsa (Cristina Cifuentes, por ejemplo, aún conociendo la falsedad de los datos, permitió filtrar a los medios que los convocantes eran de extrema derecha), sino que se ha aplicado con excepcionalidad el Código Penal, contribuyendo a crear un ambiente represivo, lleno de arbitrariedad, bien ilustrado por las identificaciones masivas en las asambleas del parque de El Retiro y sus posteriores citaciones judiciales.  Por no hablar de la desmesurada presencial policial en las calles durante las semanas previas a la acción, movilizadas siempre alrededor de los puntos en los que se congregaban las asambleas. Tras crear un ambiente mediático crispado y una convivencia cívica enrarecida, llegó el cierre de Casablanca, espacio social y cultural en el que tenían lugar las reuniones de la Coordinadora. Un cierre sin previo aviso, repentino y violento, que no sólo dejó a las asambleas del 25S sin espacio para deliberar a una semana de la manifestación, sino que cercenó una gran diversidad de actividades culturales (biblioteca, cine, conciertos, charlas, iniciativas vecinales, etc.) para los barrios de Atocha y Lavapiés. Esta estrategia de criminalización y miedo, como podemos ver, no sólo se dirigía contra las asambleas del 25S, sino que realmente buscaba crear un ambiente de tensión social cada vez mayor a fuerza de destruir espacios de libertad, espacios arduamente construidos por la ciudadanía y los movimientos sociales de la capital. Se buscaba generar, de un modo explícito, miedo, rabia y confusión. 


 Después del cierre del CSO Casablanca el 19 de septiembre, las identificaciones siguieron siendo la política habitual de la policía, difundiéndose, además, que la iniciativa del 25-S trataba de "atentar" contra "altas organizaciones" del Estado. Otro paso más en la construcción de un entorno social convulso que, además, fue sancionado por una Audiencia Nacional inicialmente pasiva ante los dictados del "gobierno": un comité sumiso a la Troika que gusta de mandar sin ciudadanos. Ya en los momentos preliminares de la acción, los políticos y corifeos del PP no dejaron de hablar -desde sus distintos palcos- sobre la agresión que suponía la acción pacífica hacia el sistema democrático (Gallardón), atreviéndose a compararla incluso con el golpe de Estado del 23-F (Cospedal). Dentro de toda esta verborrea mediática de exageración y delirio, también ha habido lugar para las declaraciones de "grandes intelectuales", como Fernando Savater que, como ya hiciese respecto al 15M,  calificó la iniciativa de rodear el congreso como algo de bárbaros y "ostrogodos". Sin embargo, todos ellos conocían , gracias a las redes sociales y a las ruedas de prensa de la Coordinadora, qué se pretendía con el acto y lo pacífico de su apuesta. También, con toda probabilidad, los servicios de investigación de la policía.


 25S - Violencia y democracia

  Si el escenario social y mediático que se había creado para la fecha estaba cargado de tensión, ésta aumentaría aún más al conocerse el dispositivo policial dispuesto por el Ministerio del Interior y la Delegación de Gobierno de la capital: 1400 agentes. Una cifra desmedida que superaba la acordada para las multitudinarias marchas sindicales e indignadas del 15 de Septiembre. Se trataba de blindar el congreso con el poder de una policía que, de forma sistemática e ilegal, se esconde detrás de la máscara anónima de un casco y de un uniforme sin identificación. Y lo hace con total impunidad. El efecto de este desfile militarizado era sembrar el temor en la población, evitar que la gente se manifestase ante el congreso por miedo a un delito que nunca fue tal o por el miedo a la represión policial. Y el miedo y la rabia comenzaron pronto el 25S: ya desde primeras horas de la mañana la policía comenzó a retener los autobuses de ciudadanos y ciudadanas de diversas comunidades y provincias que querían sumarse a la acción de la Coordinadora 25-S y la plataforma ¡En Pie!. Los pasajeros de un autobús de Zaragoza fueron retenidos al menos una hora antes de poder partir hacia Madrid, y otro transporte proveniente de Motril fue desviado hacia Getafe para ser registrado por las autoridades. Lo mismo sucedía con otro autobús de Barcelona a la altura de Zaragoza. Los pasajeros fueron identificados, cacheados y tratados como delincuentes sin excesivas explicaciones por parte de la policía.

 Finalmente, los autobuses llegarían a la capital hasta entrada la tarde, y las actividades previstas -una comida popular y una asamblea informativa- se desarrollarían desde las 12:00 de la mañana, tal y como se había programado desde la Coordinadora. Las marchas comenzarían a partir desde el Paseo del Prado y Plaza de España a las 17:30, discurriendo a través de los puntos acordados para rodear el congreso. La Plaza de Neptuno se convertiría, desde las 18:00 de la tarde, en uno de los centros fundamentales de la acción, tanto por la multitud que inundaba la plaza como por su cercanía al congreso. La gente se agolpaba en el Paseo del Prado ya antes de las seis, cortando el tráfico con pancartas y gritos como "¡Dimisión!", "¡No nos representan!", "El próximo parado que sea diputado" y todo tipo de consignas dirigidas hacia la Cámara y el gobierno del Partido Popular. Respecto a la gente que integraba la multitudinaria manifestación, sucedía como en muchas de las convocatorias protagonizadas por el 15M: gente de todas las edades, familias completas, grupos de jóvenes, jubilados, sindicalistas críticos, estudiantes, investigadores, desempleados, etc. La acción nunca fue, tal y como se ha querido difundir por los medios oficiales, un "asunto de radicales",   sino un gesto con total legitimidad popular. Legitimidad, además, de carácter intergeneracional.

 El comportamiento de la Policía que se hallaba en la Plaza (1) no sólo no fue correcto, sino que hizo gala de las peores "virtudes" de la UIP: provocaciones, bravuconería, acciones de "aviso" por medio de la multitud, alguna "carga preventiva" en medio de la tarde, etc. Por supuesto, en dichas acciones nunca estuvo en peligro la vida de ningún agente, todos ellos perfectamente protegidos y armados, pero sí la integridad física de las y los manifestantes de Neptuno y aquellos que transitaban las calles rodeando el congreso. Este tipo de comportamientos tenían lugar, además, en un contexto saturado de tensión y con un despliegue policial sin precedentes que hacía temer lo peor. Y lo peor llegó. Sobre las 21:00 de la noche las cargas policiales comenzarían gracias, fundamentalmente, al grupo de infiltrados que los cuerpos de seguridad habían situado entre la multitud, y que desató las acciones violentas. Desde aquellos momentos Neptuno y aledaños se convertirían en una batalla campal. Una guerra en la que los iniciadores y los supuestos garantes de la paz y el orden coincidían: la policía. Ello no significa que los integrantes de la manifestación no se enfrentasen a los policías: algunos en legítima defensa y emprendiendo la huída, y una minoría siguiendo la estela violenta de los infiltrados. En todo caso, nada de ello justifica la brutalidad y violencia desplegada por la UIP en todo momento: palizas arbitrarias, disparos con bolas de goma no reglamentarios, ausencia de placas de identificación, golpes a ancianos y  gente que simplemente "pasaba por allí", etc. Los sucesos de la Estación de Atocha tienen todavía menos justificación: una UIP en "supuesta busca y captura" de "violentos", mientra infundía el miedo a toda la estación, golpeando a diestro y siniestro, coaccionando incluso a los periodistas para que no sacasen ninguna noticia o borrasen lo que habían grabado. La gente, asustada, se protegía en común, tratando de evitar los golpes de unos cuerpos de seguridad que no conocían ni ley ni orden. Mucho menos el significado de términos como respeto, dignidad o libertad.

 Cabe destacar que una gran mayoría de manifestantes permaneció siempre realizando acciones pacíficas de resistencia, no dejándose influir por los comportamientos de la policía o de la minoría que respondió a las provocaciones. De todos modos, las imágenes que inundan las redes sociales estos días son tan elocuentes respecto al comportamiento desmedido del cuerpo de Anti-Disturbios, que han desencadenado una repulsa popular de enorme magnitud. Y no sólo dentro de las fronteras españolas: el New York Times, Der Spiegel o Le Monde se han echo eco de la noticia y de la brutalidad empleada en la disolución de la manifestación. Sin embargo, muchos medios oficiales españoles siguen funcionando a través de la coartada del gobierno: anti-sistema violentos y una "pobre" policía que "sólo" hace su trabajo y se ve desbordada. Los ancianos golpeados, los jovenes con heridas graves por disparo de balas de goma o la gente detenida "porque pasaba por ahí" han debido ser, desde luego, contrincantes muy duros para unos anti-disturbios cegados por la rabia y las ganas de dar golpes, protegidos hasta el último centímetro de su cuerpo con un uniforme prácticamente impenetrable. Como en otras tantas ocasiones, la escenografía es la misma: el cuerpo anónimo de un poder armado, sin identificar y con capacidad de actuar arbitrariamente, contra una multitud desnuda, desarmada, con rostro y verdaderas convicciones democráticas. 

 Otro escenario para la violencia

  Sin embargo, no debe olvidársenos el otro gran escenario donde se ejercía la violencia el 25S. Las calles no fueron el único. El congreso de los diputados también participó en la construcción de una violencia tan explícita como la vivida en el exterior. Y no nos referimos a los vergonzosos enfrentamientos de la policía con Alberto Garzón o Sabino Cuadra, diputados retenidos e incluso golpeados por la UIP. Sino que hablamos del orden del día de la Cámara, en el que se desestimaron tres propuestas de diferentes partidos políticos: una para la "Racionalización del régimen retributivo de los cargos políticos electivos mediante un sistema objetivo, coherente y transparente a nivel nacional" (UPyD, similar a una propuesta del PSOE del año 2009), una propuesta de ley "Relativa a la lucha contra el fraude fiscal" (EAJ-PNV) y una del Gupo Mixto para "El aprovechamiento de los alimentos descartados por las grandes superficies". Todas ellas fueron rechazadas por una mayoría de votos. Ante la crisis y la voluntaria sumisión del Partido Popular a los designios de la Troika, no sólo no se realizan reformas o se promulgan leyes que puedan, de algún modo, contrarrestar la crisis, sino que ni siquiera pueden aprobarse "paliativos" para evitar sus efectos más duros sobre la población: la pobreza y el hambre. No, además es necesario "dejar las cosas como están" para así seguir, punto por punto, los acuerdos de austeridad con Europa (habría que decir mejor: miseria) y las políticas de contención del gasto público. Aún a sabiendas de que los promotores de la crisis son, y han sido siempre, entidades privadas. La socialización de las pérdidas no tendrá, por supuesto, un correlato en los sueldos de los diputados o en la creación de políticas para prevenir el fraude: como hemos dicho, las cosas han de quedarse como están, y ciertas élites han de mantener sus privilegios.

 Conviene señalar, sumando quizá un escenario más para la violencia, que los medios de comunicación oficiales han hecho lo posible, salvo contadas y dignas excepciones, por generar una pantalla informativa sobre la realidad del 25S. Se ha despolitizado la lucha en la calle, se ha obviado informar sobre los puntos específicos de las manifestaciones, sobre las propuestas y críticas que se manejaban en ellas, dando al 25S -tanto antes como después- el aspecto de una revuelta de "anti-sistema" (estaría bien que, algún día, los medios mencionasen que significa ese término más allá del balbuceo y la fácil estigmatización). Se trata de representar, como siempre, a los "violentos" frente al orden, de dar a un público cada vez más acrítico y alejado de las realidades socio-políticas un sedante más en su menú cotidiano de bazofia televisiva: los malos -anti-sistema, vagos, comunistas, intolerantes- frente a la pulcritud limpia y uniformada de los buenos que, cómo no, "sólo hacían su trabajo". Se hace acuciante el buscar, dentro y más allá de las redes, soportes informativos de mayor difusión, capaces de desmentir lo que la gran empresa mediática produce como información. No es una tarea fácil, pero se revela cada día como más necesaria, pues los grandes medios no cejan en su tarea de someter la opinión popular al miedo o al silencio. También a las falsas esperanzas. Y la política ideológica de despidos del PP, digna del macarthismo más bajo, está destruyendo cada vez más espacios de información independiente. Hoy día el surgimiento de nuevos "medios libres" se ha convertido en una imperiosa necesidad. Sin ellos difícilmente se podrá sacudir a la multitud de su letargo.

 Críticas, apuestas y perspectivas

 Yendo más allá de las decisiones tomadas en el Congreso durante el 25S, inmorales y sectarias, no hemos de guiarnos unilateralmente por una crítica burda sobre la "clase política", una crítica que no distingue de concreción y que se alinea en torno a generalidades. Una pseudocrítica que aprovecha el descontento para introducir las vetas ideológicas más contradictorias y conservadoras -desde el fascismo al neoliberalismo- en la indignación popular, disfrazándolas de progresismo: como si, por ejemplo, debilitar la importancia de la esfera política -"porque todos son unos ladrones y corruptos", etc.- fuese a protegernos mejor de la crisis, o pudiera suponer un paraguas para los desmanes del capital financiero o las reformas derivadas de la gobernanza neoliberal. Al contrario, renunciar a la política es renunciar a participar en la elección y organización de nuestras propias formas de vida, es dejarla en manos de tecnócratas o gestores que, además, ya están haciendo su trabajo. El problema no son sólo los políticos, sino las formas consagradas -y asumidas- de hacer política y los límites de nuestra constitución, muy vinculados a un pasado franquista tanto en el habitus de algunos grupos en el poder como en el dócil sometimiento de una población silenciosa. Esa que Rajoy no deja hoy de celebrar. Las apuestas de crítica no han de ser, sin más, a la reiterativamente denominada "clase política", sino que deben centrarse en la organización de alternativas más allá de la Cámara -en la calle, en los barrios y asambleas, tal y como sigue haciéndolo el 15M- y, al mismo tiempo, más allá de la política oficial: la política establecida por el bipartidismo, por los pactos de la transición y la amable y servicial convivencia del PSOE y el PP -y algunos más- con el capitalismo más depredador. Por supuesto que ha de refundarse el ámbito político del país, que ha de ponerse al servicio del pueblo de un modo cada vez menos representativo, implementando el arbitraje popular y la participación de la gente en los asuntos de gobierno. Pero ello no vendrá sólo de una crítica negativa a la política, sino del esfuerzo dialéctico, también positivo, de tener el coraje de organizarse en la calle y transformar la política instituida desde dentro y desde fuera. Será el único modo que tendremos para responder al capital, a la corrupción y al autoritarismo que vivimos estos días. Se trata de construir un verdadero Bloque Hegemónico (2) de izquierdas  que sea capaz de luchar en todos los ámbitos y desde todas las posiciones posibles. Y hay que hacerlo con premura, porque las políticas de carácter represivo contra los movimientos sociales no han hecho más que comenzar (Cifuentes y Botella, por ejemplo, ya han comenzado a pronunciarse sobre una "necesaria" limitación del derecho a manifestarse).

 Por otra parte, ha de identificarse claramente el foco y las causas de la crisis, situando al capitalismo y a la ideología neoliberal en su centro. Si no, poco podremos hacer desde los ámbitos políticos y asamblearios conquistados y por conquistar. Es necesario vincular toda la protesta social y el descontento político hacia el contexto económico y material en el que se produce la crisis: el post-fordismo, la desregulación financiera y la lucha de clases desde arriba propugnada por el neoliberalismo. Sólo de ese modo podremos plantear una lucha capaz de articular los antagonismos sociales de un modo efectivo. Sentirnos seducidos por las nostalgias de un Estado de Bienestar como el del pasado, tamizado por el keynesianismo y la estructura productiva de los años 30-60, difícilmente nos ayudará a transformar lo que tenemos. Ello no significa, por ejemplo, que haya que renunciar a una reorganización justa de la política fiscal, a la creación de leyes para el arbitraje político, la regulación financiera o la creación de una Renta Básica. Pero todo ello no pueden ser, desde luego, más que estaciones en un camino mucho más arduo, el de terminar con la desigualdad social y construir una democracia verdaderamente común.  

 La Coordinadora y la Plataforma ¡En Pie!, cuyas propuestas persiguen la reapropiación de la democracia por parte del pueblo, la protección de los derechos colectivos, de los servicios públicos, la resistencia a pagar una deuda odiosa, la creación popular de un nuevo proceso constituyente socialmente justo, caminan en el sentido de construir una auténtica democracia de lo común. Y para ello, y como un filósofo español ha dicho con una fórmula más directa, sólo podemos construir lo común. Luchar y hacerlo entre todas y todos. Sin miedo. En la calle. Desobedeciendo y resistiendo activamente, dejando en evidencia las desigualdades y las injusticias cometidas por el poder. Es fácil sucumbir a la violencia en un entorno crispado como el que ellos mismos han creado. Pero es lo que quieren. No les demos oportunidad. Sigamos en marcha y cuidémonos en común (3).



Mario Espinoza Pino



(1) Se definió un entorno de seguridad en varias zonas de la ciudad y durante varias horas debido a la petición de un individuo a título personal, que decidió solicitar protección policial para la manifestación. La Coordinadora 25S se desmarcó de tal acción. Cabe destacar que la propia policía no respeto siquiera las horas, cargando con anterioridad al tiempo pactado de de seguridad.

(2) Llevar a Gramsci a un terreno como el del post-fordismo, eludiendo una lectura socialdemocrática, sería de lo más necesario. Tantear su noción de hegemonía desde nuestra época, un tiempo con una constitución material y económica tan distintas al suyo, puede ser un ejercicio más que productivo. Sobre todo interrogándose por la construcción de consensos -y cultura política- desde el ámbito popular.


(3) Es más que necesario crear un protocolo para excluir e identificar infiltrados en las manifestaciones, pues uno de los problemas del 25S radicó en su actuación. También tácticas para protegernos y defendernos sin ser partícipes de agresiones explícitas.

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