martes, 2 de octubre de 2012

¿Antipolítica? ¿Multitud?: Respuesta a José María Lassalle



Such a sensitive opinion in one so young 
Would you like to know about everything 
That we've done 
You believe what you read in the printed lies 
But you won't believe the evidence 
Of your own eyes 
And yes I've done a lot of things 
You'd probably call a crime 
But I don't feel guilty for anything


New Model Army, Chinese Whispers




¿Antipolítica? ¿Multitud?


 José María Lassalle, Secretario de Estado de Cultura por el Partido Popular, escribía ayer  una profundísima reflexión sobre la realidad política de España en el diario El País. Desde algún elevado palco de la madrileña Plaza del Rey, y después de jurar a los cuatro vientos la defensa y aplicación de la ley Sinde/Wert, el ilustre Lassalle observó con sorpresa y cierto aire de preocupación los últimos acontecimientos de la actualidad. Su incisivo talante -declaradamente crítico y liberal- no podía dejar de sentirse alarmado por las protestas del 25 de septiembre ante el congreso, aquellas que algunos de sus compañeros de partido habían comparado, hace hoy apenas una semana, con un "golpe de estado". Temiendo lo peor para "nuestra civilización democrática", blandió en alto su pluma y echo a volar su bien educada imaginación; desde tales alturas sólo acertó a ver dos cosas: una multitud violenta, enfervorecida y furiosa,  y la catástrofe para todo lo bueno que ha nacido en el seno la cultura occidental: la Democracia Liberal, el Estado de Derecho, el Orden, las "Instituciones deliberativas", la "Transición"... sí, la transición. Porque hasta los grandes eventos de nuestra santa democracia tienen su momento de gloria en una historia de la civilización à la Lassalle. Una historia fascinante que, por otra parte, estamos obligados a conocer. No sea que nos veamos condenados a repetirla. O a escucharla de nuevo y cometer el error de prestarle  demasiada atención. 

 El ilustre Secretario, al que suponemos perturbado por las jornadas del 25, 26 y 29 de septiembre, se dedica en su grandilocuente artículo Antipolítica y multitud a equiparar las recientes manifestaciones de Neptuno con los momentos más convulsos de la República de Weimar, citando incluso al gran teórico del decisionismo Nazi, Carl Schmitt. Y todo ello con exquisita finura de suplemento cultural. Pero claro, un relato de tal factura no se sostiene por sí mismo, y para que surta efecto es necesario invocar las más intrépidas imágenes: el incendio del Reichstag, los rostros anónimos de una supuesta "antipolítica organizada" con "francotiradores", orwellianas manipulaciones colectivas, impulsos mesiánicos y hasta -porque ciertos deportes lo permiten todo- Georges Bataille. Todo ello para decirnos, grosso modo, que lo que vivimos hoy día es una variante posmoderna de los mitos que destruyeron Weimar y forjaron los fascismos. Que las "masas" y "multitudes" que inundan las calles en busca de justicia social son peligrosas porque -además de alterar el orden público- cuestionan la democracia liberal y representativa. Vamos, que Ana Botella y Cristina Cifuentes -con las que suponemos Lassalle tiene cierta afinidad ideológica- tienen razón al sentirse abrumadas por la impaciencia de una multitud que no deja de manifestar, por activa y por pasiva, su profundo malestar. Y como las leyes están para cumplirlas -¡ya lo decía Montesquieu! ¡que además era republicano!- ¿Qué mejor que reformar el Código Penal como ha propuesto Gallardón o limitar el derecho de manifestación, tal y como parecen anhelar Botella y Cifuentes? ¿Qué mejor que asumir pasivamente las decisiones de los diputados como es de ley? ¿Qué mejor que "arrimar el hombro", "agachar la cabeza" y salir de esta crisis "entre todos"?

Y es que, poco a poco, el contorno del texto y su atrevida promiscuidad cultural acaban desembocando en el mismo lugar: el programa político del Partido Popular. Pero no el panfleto que vendieron en las elecciones, sino el verdadero, el de la Troika. El párrafo más revelador del texto es aquel en que se nos advierte que es necesario "guardar las formas", porque proyectar una imagen de inestabilidad hacia al exterior condiciona nuestra "solvencia" (hay que mantener contentas a las agencias de rating), del mismo modo que tenemos que salvaguardar -por todos los medios- la "legitimidad democrática" y las conquistas de la "España moderna". En otras palabras: dejar las cosas como están. Pero para decir todo esto no hacía falta acudir a Schmitt o a Canetti, tampoco esbozar la sombra del líder carismático del nazismo, acompañado, además, de su séquito de "demagogos mediáticos". Tampoco hablar de "antipolítica" y de multitudes "emocionalmente simples" que odian las leyes y hacen de sus gritos el único argumento. Lo que hacía falta era salir de la Secretaría de Estado de Cultura, caminar hacia el Paseo del Prado y bajar hacia Neptuno para darse un saludable baño de realidad. Hacía falta prestar atención, la mínima exigible a un hônnete homme liberal, a los medios y al clamor popular para saber lo que todo el mundo sabía el 25S: que se trataba de una manifestación pacífica cuyas pretensiones, además, estaban explícitamente recogidas en un manifiesto. Un manifiesto votado en una asamblea colectiva y horizontal. Una práctica que no se prodiga en exceso en la elaboración de programas políticos dentro de muchos partidos.

 Cuando uno da por terminado el artículo, y después de sonrojarse lo justo -por aquello de Bataille y Montesquieu-, un pensamiento aflora rápidamente ante tanta prosa pseudo-histórica y balbuceo filosófico: ¡una columna de opinión entera en El País para que el ilustre Secretario nos diga que no salgamos a la calle! ¡Que ponemos en peligro las "conquistas de occidente"!¡Una columna para comparar al pueblo enfervorecido de Schmitt con una multitud organizada en torno asambleas que deliberan, unidos por el deseo de una democracia radical y una verdadera justicia social! ¡Una columna que equipara la realidad actual de los movimientos sociales en España con el horizonte pre-fascista de la Alemania de 1930! ¡Una columna que compara las aberraciones jurídicas del nazismo con la lucha por el mantenimiento de una sanidad y una educación públicas! Obviamente el artículo no puede ir dirigido a la gente que sale a la calle a protestar, pues sólo sería motivo de chiste, sino a aquellos que todavía están en casa, soportando la crisis en silencio: a los homenajeados por Mariano Rajoy. Gente aún ambivalente ante lo que pasa, gente asustada y desinformada por unos medios de comunicación que representan todo menos lo que ocurre. El miedo suele ser la estrategia. Igual que la del artículo de Lassalle: "no desafíen el orden de la democracia representativa o nos saldrá muy caro". Pero más caro nos sale el no hacer nada.


 Los usos de la excepcionalidad


 Resultan curiosas las referencias de nuestro ilustre Lassalle. Ello por varios motivos. Cita continuamente la figura de Schmitt y habla de un ambiente de "excepcionalidad", en el que las leyes podrían quedar suspendidas por la voluntad de un todopoderoso pueblo por encima de la ley. Con este tipo de referencias abona la concepción "golpista" del 25S sostenida por Cospedal, una concepción aderezada con un rancio sabor de ultraderecha por parte de la Delegada de Gobierno, Cristina Cifuentes. Pero las reflexiones de Schmitt sobre la dictadura y sobre el poder no analizaban al pueblo como sujeto-soberano, sino la capacidad de los Estados de derecho y las democracias parlamentarias de suspender su propia legalidad y actuar de manera excepcional ante ciertas situaciones. Es decir, actuar por encima del derecho y declarar el Estado de  Excepción. El poseedor de la soberanía era para Carl Schmitt aquel que podía declarar el Estado de Emergencia (Ausnahmezustand) en un territorio. Quien podía decidir o proclamar dicho estado era el verdadero sujeto-soberano, fuente de ley y decisión más allá de la ley (un sujeto que poco a poco irá adoptando la forma de un Führer para el pensador conservador).

 Es irónico que Lasalle acuda precisamente a Schmitt después de los acontecimientos de Neptuno. En resumen, y de manera impresionista, he aquí algunos de los eventos sucedidos desde la semana antes del 25s al 29: Cifuentes difunde un bulo sobre la convocatoria popular del 25S, apelando a extremistas de ultraderecha mediante una información que de la que ya tenía noticia de su falsedad; los medios de comunicación del régimen difunden una imagen sesgada y "golpista" de la manifestación; la policía revienta reuniones de la Coordinadora 25S, identificando de manera irregular -esto es, excepcional- a los participantes; algunos asamblearios son acusados "preventivamente" ante la Audiencia Nacional por delitos contra Altas Organizaciones, utilizando el Código Penal de manera inédita; se pone verbalmente en entredicho el derecho de reunión; la policía carga violenta y arbitrariamente durante el 25s, recibiendo el varapalo de organizaciones como Amnistía Internacional y la crítica de la mayoría de la prensa internacional por violación de derechos humanos y brutalidad policial; la retransmisión de información en los medios nacionales intenta justificar la actuación policial del 25, despolitizando las protestas (sólo eran vagos, radicales y maleantes); el 29s, y de manera totalmente extraordinaria, la Delegación de Gobierno no permite a los periodistas realizar debidamente su trabajo en la plaza de Neptuno, impidiéndoles instalar andamios y llegando a identificarles y/o multarles. En definitiva: se criminaliza el 25s, se le da el aspecto de una "revolución golpista" y el gobierno se permite suspender ciertas cláusulas jurídicas contra él. 

 A todas luces la excepcionalidad no se presenta en este contexto por parte del "pueblo imaginario" de la narración de Lassalle, sino más bien de parte del Estado y de los usos que hace de él el Partido Popular, Valido de la Troika y las altas finanzas europeas. Unos usos que hacen recordar los días más grises de España, llenos de represión y ausencia de libertad. A la violencia policial de estos últimos días hay que agregar la brutalidad de los Presupuestos Generales del Estado y de los constantes recortes, que caminan hacia una depresión de la sociedad española aún mayor. Y la pendiente hacia abajo sólo acaba de empezar. El capital, mediante sus avatares políticos, puede crear excepciones jurídicas para aumentar sus ganancias, puede desposeer a poblaciones enteras en pos de acrecentar su tasa de beneficio y, encima, pretender legitimidad popular y política a través de los medios de comunicación. Y Lassalle está aquí para decirnos que todo está bien, que hemos de obedecer la ley por injusta que sea, que hemos de soportar nuestras "instituciones deliberativas" con todos sus fallos, que es lo mejor que tenemos y que lo peor que podemos hacer es rebelarnos, ya que podríamos en peligro todo lo bueno, todo lo que "hemos conseguido". 

 Lassalle utiliza en su escrito la palabra Multitud, suponemos que informado de que es un concepto utilizado por ciertos sectores de la izquierda. Usa también el término Antipolítica, intentando despolitizar toda iniciativa que no se realice dentro de las Cámaras o mediante el derecho de asociación. Multitud y política no institucional son lo negativo. A la criminalización mediática le sucede la estigmatización culta, la criminalización intelectual. Pero lo cierto es que la multitud, una multitud democrática, asamblearia, con iniciativas y proyectos políticos, una multitud formada (e informada: las Iniciativas Legislativas Populares no salen de la nada), venida de diversos estratos sociales y con una conciencia cada vez mayor, no ha necesitado de las instituciones consagradas de esta democracia para organizarse y apostar por alternativas al capitalismo o a una anquilosada democracia liberal y representativa. Una democracia que, además, ni siquiera funciona como debiera (o sí). No sólo es legítimo criticar la democracia que tenemos y el estado en el que nos hallamos gracias a los gestores de la crisis, sino que es necesario. Es el presupuesto de cualquier transformación social y la invención de nuevas instituciones.

 Nuestro Secretario de Estado, teorizador a sobrevuelo de una realidad que se empeña en desconocer, sólo representa un síntoma: que la derecha está perdiendo terreno en su batería de justificaciones sobre la situación en que vivimos. Un intelectual que tiene que acudir de una manera tan burda a comparaciones peregrinas del tipo Weimar-25S -porque ese es el fondo-, da muestra del agotamiento de las ideas de una parte de la sociedad. De eso y de que la realidad, esa que tanto temen, comienza a desbordarles. Porque lo que hay en el texto de Lassalle es, en definitiva, temor: temor a una democracia verdaderamente popular, participativa, temor a la justicia social, a la destrucción de los privilegios de las grandes clases,  temor a que todo lo que late debajo de la Transición vea la luz.  La Historia à la Lassalle es sólo la expresión retorcida del miedo de las clases privilegiadas ante todo lo que podría acontecer. Su pesado equipaje ideológico. Que sigan temiendo.



 Mario Espinoza Pino


viernes, 28 de septiembre de 2012

25 S - Rodea el Congreso: Violencia Policial y Represión en Madrid

 




  "Rage against the dying of the light"

 Dylan Thomas


  Construir la crispación


 Desde hace ya varias semanas, y con motivo de la acción "Rodea el Congreso", la Coordinadora-25S y la plataforma ¡En Pie! no han dejado de sufrir la presión del gobierno y el acoso de los medios de comunicación oficiales del régimen. Un acoso que se ha servido de la total complicidad de los cuerpos de seguridad del Estado. Con la proximidad de la fecha señalada para la acción, el 25 de septiembre, el cerco mediático y policial fue estrechándose cada vez más: lo que en principio eran bulos y mensajes confusos sobre la acción del 25 S o sobre los grupos que la convocaban, algunos difundidos por la Delegación de Gobierno de Madrid, fueron convirtiéndose en controles policiales en las asambleas populares y denuncias a varios particulares que participaban en las mismas. Unas denuncias que tenían como motivo principal la comisión de delitos aún no perpetrados: promover la alteración del normal funcionamiento del Congreso de los Diputados. Es decir, se trataba de denuncias preventivas contra una acción que había declarado, por todos los canales y vías posibles, ser pacífica y no pretender alterar en absoluto el orden del Congreso. Todas estas medidas se tomaron, por supuesto, en aras del mantenimiento del orden y la convivencia de los ciudadanos. Ante tal escenario, y después de lo vivido hace dos días en la Plaza de Neptuno, cabría preguntarse, como mínimo, sobre que "orden y convivencia" estamos hablando. 

 La criminalización de los movimientos sociales por parte de la Comunidad de Madrid no es, por desgracia, una actitud desconocida para la gente que participa en ellos o para las personas que simpatizan con sus propuestas y acciones. El 15M ha sido, y sigue siendo, el caso más multitudinario y mediático en este sentido. Pero antes de él han sido muchos los movimientos vecinales, de okupación o asociaciones los que se han visto estigmatizados tanto por los medios de comunicación (anti-sistema, perrofalutas, perdedores, vagos, violentos, etc.) como por las actitudes adoptadas ante ellos por las instituciones gubernamentales. El cierre de Centros Sociales -como el reciente y significativo tapiado de Casablanca- o el desprecio institucional ante las medidas propuestas por los ciudadanos para mejorar la convivencia democrática -ILP's, proyectos en ayuntamientos- son gestos a los que estamos más que acostumbrados. Sin embargo, la actuación del gobierno madrileño del Partido Popular ante el 25-S resulta inédita. No sólo se han dedicado a crear un marco de crispación sustentado en la difusión de información reconocidamente falsa (Cristina Cifuentes, por ejemplo, aún conociendo la falsedad de los datos, permitió filtrar a los medios que los convocantes eran de extrema derecha), sino que se ha aplicado con excepcionalidad el Código Penal, contribuyendo a crear un ambiente represivo, lleno de arbitrariedad, bien ilustrado por las identificaciones masivas en las asambleas del parque de El Retiro y sus posteriores citaciones judiciales.  Por no hablar de la desmesurada presencial policial en las calles durante las semanas previas a la acción, movilizadas siempre alrededor de los puntos en los que se congregaban las asambleas. Tras crear un ambiente mediático crispado y una convivencia cívica enrarecida, llegó el cierre de Casablanca, espacio social y cultural en el que tenían lugar las reuniones de la Coordinadora. Un cierre sin previo aviso, repentino y violento, que no sólo dejó a las asambleas del 25S sin espacio para deliberar a una semana de la manifestación, sino que cercenó una gran diversidad de actividades culturales (biblioteca, cine, conciertos, charlas, iniciativas vecinales, etc.) para los barrios de Atocha y Lavapiés. Esta estrategia de criminalización y miedo, como podemos ver, no sólo se dirigía contra las asambleas del 25S, sino que realmente buscaba crear un ambiente de tensión social cada vez mayor a fuerza de destruir espacios de libertad, espacios arduamente construidos por la ciudadanía y los movimientos sociales de la capital. Se buscaba generar, de un modo explícito, miedo, rabia y confusión. 


 Después del cierre del CSO Casablanca el 19 de septiembre, las identificaciones siguieron siendo la política habitual de la policía, difundiéndose, además, que la iniciativa del 25-S trataba de "atentar" contra "altas organizaciones" del Estado. Otro paso más en la construcción de un entorno social convulso que, además, fue sancionado por una Audiencia Nacional inicialmente pasiva ante los dictados del "gobierno": un comité sumiso a la Troika que gusta de mandar sin ciudadanos. Ya en los momentos preliminares de la acción, los políticos y corifeos del PP no dejaron de hablar -desde sus distintos palcos- sobre la agresión que suponía la acción pacífica hacia el sistema democrático (Gallardón), atreviéndose a compararla incluso con el golpe de Estado del 23-F (Cospedal). Dentro de toda esta verborrea mediática de exageración y delirio, también ha habido lugar para las declaraciones de "grandes intelectuales", como Fernando Savater que, como ya hiciese respecto al 15M,  calificó la iniciativa de rodear el congreso como algo de bárbaros y "ostrogodos". Sin embargo, todos ellos conocían , gracias a las redes sociales y a las ruedas de prensa de la Coordinadora, qué se pretendía con el acto y lo pacífico de su apuesta. También, con toda probabilidad, los servicios de investigación de la policía.


 25S - Violencia y democracia

  Si el escenario social y mediático que se había creado para la fecha estaba cargado de tensión, ésta aumentaría aún más al conocerse el dispositivo policial dispuesto por el Ministerio del Interior y la Delegación de Gobierno de la capital: 1400 agentes. Una cifra desmedida que superaba la acordada para las multitudinarias marchas sindicales e indignadas del 15 de Septiembre. Se trataba de blindar el congreso con el poder de una policía que, de forma sistemática e ilegal, se esconde detrás de la máscara anónima de un casco y de un uniforme sin identificación. Y lo hace con total impunidad. El efecto de este desfile militarizado era sembrar el temor en la población, evitar que la gente se manifestase ante el congreso por miedo a un delito que nunca fue tal o por el miedo a la represión policial. Y el miedo y la rabia comenzaron pronto el 25S: ya desde primeras horas de la mañana la policía comenzó a retener los autobuses de ciudadanos y ciudadanas de diversas comunidades y provincias que querían sumarse a la acción de la Coordinadora 25-S y la plataforma ¡En Pie!. Los pasajeros de un autobús de Zaragoza fueron retenidos al menos una hora antes de poder partir hacia Madrid, y otro transporte proveniente de Motril fue desviado hacia Getafe para ser registrado por las autoridades. Lo mismo sucedía con otro autobús de Barcelona a la altura de Zaragoza. Los pasajeros fueron identificados, cacheados y tratados como delincuentes sin excesivas explicaciones por parte de la policía.

 Finalmente, los autobuses llegarían a la capital hasta entrada la tarde, y las actividades previstas -una comida popular y una asamblea informativa- se desarrollarían desde las 12:00 de la mañana, tal y como se había programado desde la Coordinadora. Las marchas comenzarían a partir desde el Paseo del Prado y Plaza de España a las 17:30, discurriendo a través de los puntos acordados para rodear el congreso. La Plaza de Neptuno se convertiría, desde las 18:00 de la tarde, en uno de los centros fundamentales de la acción, tanto por la multitud que inundaba la plaza como por su cercanía al congreso. La gente se agolpaba en el Paseo del Prado ya antes de las seis, cortando el tráfico con pancartas y gritos como "¡Dimisión!", "¡No nos representan!", "El próximo parado que sea diputado" y todo tipo de consignas dirigidas hacia la Cámara y el gobierno del Partido Popular. Respecto a la gente que integraba la multitudinaria manifestación, sucedía como en muchas de las convocatorias protagonizadas por el 15M: gente de todas las edades, familias completas, grupos de jóvenes, jubilados, sindicalistas críticos, estudiantes, investigadores, desempleados, etc. La acción nunca fue, tal y como se ha querido difundir por los medios oficiales, un "asunto de radicales",   sino un gesto con total legitimidad popular. Legitimidad, además, de carácter intergeneracional.

 El comportamiento de la Policía que se hallaba en la Plaza (1) no sólo no fue correcto, sino que hizo gala de las peores "virtudes" de la UIP: provocaciones, bravuconería, acciones de "aviso" por medio de la multitud, alguna "carga preventiva" en medio de la tarde, etc. Por supuesto, en dichas acciones nunca estuvo en peligro la vida de ningún agente, todos ellos perfectamente protegidos y armados, pero sí la integridad física de las y los manifestantes de Neptuno y aquellos que transitaban las calles rodeando el congreso. Este tipo de comportamientos tenían lugar, además, en un contexto saturado de tensión y con un despliegue policial sin precedentes que hacía temer lo peor. Y lo peor llegó. Sobre las 21:00 de la noche las cargas policiales comenzarían gracias, fundamentalmente, al grupo de infiltrados que los cuerpos de seguridad habían situado entre la multitud, y que desató las acciones violentas. Desde aquellos momentos Neptuno y aledaños se convertirían en una batalla campal. Una guerra en la que los iniciadores y los supuestos garantes de la paz y el orden coincidían: la policía. Ello no significa que los integrantes de la manifestación no se enfrentasen a los policías: algunos en legítima defensa y emprendiendo la huída, y una minoría siguiendo la estela violenta de los infiltrados. En todo caso, nada de ello justifica la brutalidad y violencia desplegada por la UIP en todo momento: palizas arbitrarias, disparos con bolas de goma no reglamentarios, ausencia de placas de identificación, golpes a ancianos y  gente que simplemente "pasaba por allí", etc. Los sucesos de la Estación de Atocha tienen todavía menos justificación: una UIP en "supuesta busca y captura" de "violentos", mientra infundía el miedo a toda la estación, golpeando a diestro y siniestro, coaccionando incluso a los periodistas para que no sacasen ninguna noticia o borrasen lo que habían grabado. La gente, asustada, se protegía en común, tratando de evitar los golpes de unos cuerpos de seguridad que no conocían ni ley ni orden. Mucho menos el significado de términos como respeto, dignidad o libertad.

 Cabe destacar que una gran mayoría de manifestantes permaneció siempre realizando acciones pacíficas de resistencia, no dejándose influir por los comportamientos de la policía o de la minoría que respondió a las provocaciones. De todos modos, las imágenes que inundan las redes sociales estos días son tan elocuentes respecto al comportamiento desmedido del cuerpo de Anti-Disturbios, que han desencadenado una repulsa popular de enorme magnitud. Y no sólo dentro de las fronteras españolas: el New York Times, Der Spiegel o Le Monde se han echo eco de la noticia y de la brutalidad empleada en la disolución de la manifestación. Sin embargo, muchos medios oficiales españoles siguen funcionando a través de la coartada del gobierno: anti-sistema violentos y una "pobre" policía que "sólo" hace su trabajo y se ve desbordada. Los ancianos golpeados, los jovenes con heridas graves por disparo de balas de goma o la gente detenida "porque pasaba por ahí" han debido ser, desde luego, contrincantes muy duros para unos anti-disturbios cegados por la rabia y las ganas de dar golpes, protegidos hasta el último centímetro de su cuerpo con un uniforme prácticamente impenetrable. Como en otras tantas ocasiones, la escenografía es la misma: el cuerpo anónimo de un poder armado, sin identificar y con capacidad de actuar arbitrariamente, contra una multitud desnuda, desarmada, con rostro y verdaderas convicciones democráticas. 

 Otro escenario para la violencia

  Sin embargo, no debe olvidársenos el otro gran escenario donde se ejercía la violencia el 25S. Las calles no fueron el único. El congreso de los diputados también participó en la construcción de una violencia tan explícita como la vivida en el exterior. Y no nos referimos a los vergonzosos enfrentamientos de la policía con Alberto Garzón o Sabino Cuadra, diputados retenidos e incluso golpeados por la UIP. Sino que hablamos del orden del día de la Cámara, en el que se desestimaron tres propuestas de diferentes partidos políticos: una para la "Racionalización del régimen retributivo de los cargos políticos electivos mediante un sistema objetivo, coherente y transparente a nivel nacional" (UPyD, similar a una propuesta del PSOE del año 2009), una propuesta de ley "Relativa a la lucha contra el fraude fiscal" (EAJ-PNV) y una del Gupo Mixto para "El aprovechamiento de los alimentos descartados por las grandes superficies". Todas ellas fueron rechazadas por una mayoría de votos. Ante la crisis y la voluntaria sumisión del Partido Popular a los designios de la Troika, no sólo no se realizan reformas o se promulgan leyes que puedan, de algún modo, contrarrestar la crisis, sino que ni siquiera pueden aprobarse "paliativos" para evitar sus efectos más duros sobre la población: la pobreza y el hambre. No, además es necesario "dejar las cosas como están" para así seguir, punto por punto, los acuerdos de austeridad con Europa (habría que decir mejor: miseria) y las políticas de contención del gasto público. Aún a sabiendas de que los promotores de la crisis son, y han sido siempre, entidades privadas. La socialización de las pérdidas no tendrá, por supuesto, un correlato en los sueldos de los diputados o en la creación de políticas para prevenir el fraude: como hemos dicho, las cosas han de quedarse como están, y ciertas élites han de mantener sus privilegios.

 Conviene señalar, sumando quizá un escenario más para la violencia, que los medios de comunicación oficiales han hecho lo posible, salvo contadas y dignas excepciones, por generar una pantalla informativa sobre la realidad del 25S. Se ha despolitizado la lucha en la calle, se ha obviado informar sobre los puntos específicos de las manifestaciones, sobre las propuestas y críticas que se manejaban en ellas, dando al 25S -tanto antes como después- el aspecto de una revuelta de "anti-sistema" (estaría bien que, algún día, los medios mencionasen que significa ese término más allá del balbuceo y la fácil estigmatización). Se trata de representar, como siempre, a los "violentos" frente al orden, de dar a un público cada vez más acrítico y alejado de las realidades socio-políticas un sedante más en su menú cotidiano de bazofia televisiva: los malos -anti-sistema, vagos, comunistas, intolerantes- frente a la pulcritud limpia y uniformada de los buenos que, cómo no, "sólo hacían su trabajo". Se hace acuciante el buscar, dentro y más allá de las redes, soportes informativos de mayor difusión, capaces de desmentir lo que la gran empresa mediática produce como información. No es una tarea fácil, pero se revela cada día como más necesaria, pues los grandes medios no cejan en su tarea de someter la opinión popular al miedo o al silencio. También a las falsas esperanzas. Y la política ideológica de despidos del PP, digna del macarthismo más bajo, está destruyendo cada vez más espacios de información independiente. Hoy día el surgimiento de nuevos "medios libres" se ha convertido en una imperiosa necesidad. Sin ellos difícilmente se podrá sacudir a la multitud de su letargo.

 Críticas, apuestas y perspectivas

 Yendo más allá de las decisiones tomadas en el Congreso durante el 25S, inmorales y sectarias, no hemos de guiarnos unilateralmente por una crítica burda sobre la "clase política", una crítica que no distingue de concreción y que se alinea en torno a generalidades. Una pseudocrítica que aprovecha el descontento para introducir las vetas ideológicas más contradictorias y conservadoras -desde el fascismo al neoliberalismo- en la indignación popular, disfrazándolas de progresismo: como si, por ejemplo, debilitar la importancia de la esfera política -"porque todos son unos ladrones y corruptos", etc.- fuese a protegernos mejor de la crisis, o pudiera suponer un paraguas para los desmanes del capital financiero o las reformas derivadas de la gobernanza neoliberal. Al contrario, renunciar a la política es renunciar a participar en la elección y organización de nuestras propias formas de vida, es dejarla en manos de tecnócratas o gestores que, además, ya están haciendo su trabajo. El problema no son sólo los políticos, sino las formas consagradas -y asumidas- de hacer política y los límites de nuestra constitución, muy vinculados a un pasado franquista tanto en el habitus de algunos grupos en el poder como en el dócil sometimiento de una población silenciosa. Esa que Rajoy no deja hoy de celebrar. Las apuestas de crítica no han de ser, sin más, a la reiterativamente denominada "clase política", sino que deben centrarse en la organización de alternativas más allá de la Cámara -en la calle, en los barrios y asambleas, tal y como sigue haciéndolo el 15M- y, al mismo tiempo, más allá de la política oficial: la política establecida por el bipartidismo, por los pactos de la transición y la amable y servicial convivencia del PSOE y el PP -y algunos más- con el capitalismo más depredador. Por supuesto que ha de refundarse el ámbito político del país, que ha de ponerse al servicio del pueblo de un modo cada vez menos representativo, implementando el arbitraje popular y la participación de la gente en los asuntos de gobierno. Pero ello no vendrá sólo de una crítica negativa a la política, sino del esfuerzo dialéctico, también positivo, de tener el coraje de organizarse en la calle y transformar la política instituida desde dentro y desde fuera. Será el único modo que tendremos para responder al capital, a la corrupción y al autoritarismo que vivimos estos días. Se trata de construir un verdadero Bloque Hegemónico (2) de izquierdas  que sea capaz de luchar en todos los ámbitos y desde todas las posiciones posibles. Y hay que hacerlo con premura, porque las políticas de carácter represivo contra los movimientos sociales no han hecho más que comenzar (Cifuentes y Botella, por ejemplo, ya han comenzado a pronunciarse sobre una "necesaria" limitación del derecho a manifestarse).

 Por otra parte, ha de identificarse claramente el foco y las causas de la crisis, situando al capitalismo y a la ideología neoliberal en su centro. Si no, poco podremos hacer desde los ámbitos políticos y asamblearios conquistados y por conquistar. Es necesario vincular toda la protesta social y el descontento político hacia el contexto económico y material en el que se produce la crisis: el post-fordismo, la desregulación financiera y la lucha de clases desde arriba propugnada por el neoliberalismo. Sólo de ese modo podremos plantear una lucha capaz de articular los antagonismos sociales de un modo efectivo. Sentirnos seducidos por las nostalgias de un Estado de Bienestar como el del pasado, tamizado por el keynesianismo y la estructura productiva de los años 30-60, difícilmente nos ayudará a transformar lo que tenemos. Ello no significa, por ejemplo, que haya que renunciar a una reorganización justa de la política fiscal, a la creación de leyes para el arbitraje político, la regulación financiera o la creación de una Renta Básica. Pero todo ello no pueden ser, desde luego, más que estaciones en un camino mucho más arduo, el de terminar con la desigualdad social y construir una democracia verdaderamente común.  

 La Coordinadora y la Plataforma ¡En Pie!, cuyas propuestas persiguen la reapropiación de la democracia por parte del pueblo, la protección de los derechos colectivos, de los servicios públicos, la resistencia a pagar una deuda odiosa, la creación popular de un nuevo proceso constituyente socialmente justo, caminan en el sentido de construir una auténtica democracia de lo común. Y para ello, y como un filósofo español ha dicho con una fórmula más directa, sólo podemos construir lo común. Luchar y hacerlo entre todas y todos. Sin miedo. En la calle. Desobedeciendo y resistiendo activamente, dejando en evidencia las desigualdades y las injusticias cometidas por el poder. Es fácil sucumbir a la violencia en un entorno crispado como el que ellos mismos han creado. Pero es lo que quieren. No les demos oportunidad. Sigamos en marcha y cuidémonos en común (3).



Mario Espinoza Pino



(1) Se definió un entorno de seguridad en varias zonas de la ciudad y durante varias horas debido a la petición de un individuo a título personal, que decidió solicitar protección policial para la manifestación. La Coordinadora 25S se desmarcó de tal acción. Cabe destacar que la propia policía no respeto siquiera las horas, cargando con anterioridad al tiempo pactado de de seguridad.

(2) Llevar a Gramsci a un terreno como el del post-fordismo, eludiendo una lectura socialdemocrática, sería de lo más necesario. Tantear su noción de hegemonía desde nuestra época, un tiempo con una constitución material y económica tan distintas al suyo, puede ser un ejercicio más que productivo. Sobre todo interrogándose por la construcción de consensos -y cultura política- desde el ámbito popular.


(3) Es más que necesario crear un protocolo para excluir e identificar infiltrados en las manifestaciones, pues uno de los problemas del 25S radicó en su actuación. También tácticas para protegernos y defendernos sin ser partícipes de agresiones explícitas.

jueves, 5 de abril de 2012

Grecia: Imponer la miseria





"There is a war between the rich and poor,
a war between the man and the woman.
There is a war between the ones who say there is a war
and the ones who say there isn't".

Leonard Cohen


Imponer la miseria


La desesperación se ha cobrado una nueva víctima en Grecia. Antes de ayer, Dimitris Chrisotulas -un farmacéutico jubilado de 77 años-, se quitaba la vida frente al parlamento pegándose un tiro. La carta que dejó antes de su muerte es explícita, y alude de manera directa a las causas de su decisión, realizando -al mismo tiempo- un diagnóstico de la situación económica y política griega:

"El gobierno de Tsolakoglou ha aniquilado toda esperanza para mi supervivencia, que estaba basada en una pensión muy digna que, yo solo, pagué durante 35 años sin ayuda del Estado. Y ya que mi avanzada edad no me permite un modo de responder activamente —aunque si un compañero griego fuera a coger un kalashnikov, yo estaría detrás de él—, no veo otra solución que darle este final digno a mi vida, ya que no me quiero ver buscando en los cubos de basura mis medios de subsitencia. Creo que esa juventud sin ningún futuro se levantará algún día en armas y colgarán a los traidores de este país en la plaza Syntagma, justo como hicieron los italianos con Mussolini en 1945".

Pocas veces una acción individual ha podido reflejar de manera tan fiel la situación general de un país, una coyuntura que obliga a sus ciudadanos, día tras día, a soportar las brutales presiones económicas y políticas impuestas por los motores del capital financiero europeo. Después de conocerse públicamente la tragedia y las últimas palabras del jubilado, el sentimiento de impotencia y rabia no ha dejado de crecer entre la población helena, que ha visto durante los últimos años como su democracia acababa convertida en un vulgar teatro de marionetas al servicio del FMI. Las manifestaciones y muestras colectivas de rechazo no se hicieron esperar; a las pocas horas de difundirse la tragedia, una multitud mostraba de nuevo su indignación en Salónica y Atenas, portando pancartas que hacían referencia no sólo a la muerte desesperada de un ciudadano, sino también a la verdad de la situación crítica de Grecia: "no es un suicidio, es un asesinato". Las farmacias del país, entre el luto y la huelga, también decidieron cerrar durante 24 horas por la pérdida de un compañero de profesión.

Lo que sorprende de la nota del malogrado ciudadano griego -arruinado por una política destructiva- no es tanto el sufrimiento y la desesperación presentes en sus líneas, sino la clara acusación al gobierno de "traidor" y su alusión al régimen de Tsolakoglou, el ominoso gobierno impuesto a Grecia durante la época de la "triple ocupación" en la Segunda Guerra Mundial. Alguno podría pensar que esta comparación es, sin más, la exageración de un individuo al borde del suicido, y que no hay nada más peligroso que realizar analogías históricas de este tipo, llevados por la emoción del momento y por la ira. No obstante, este diagnóstico, guste o no, adquiere sentido cuando es comprendido desde una perspectiva subjetiva, e incluso permite un análisis nada descabellado de la situación colectiva del país helénico. Se trata no tanto de comparar lugares históricos que son, de por sí, difícilmente homologables en su articulación concreta, sino de comprender las raíces subjetivas (y en parte objetivas) que permiten hacer análogos dos casos distintos de "ocupación": una militar, la segunda capitalista.


Un desvío histórico


Tsolakoglou fue, junto a otros generales que le sucedieron, uno de los ejemplos más vergonzosos del colaboracionismo griego durante la ocupación alemana, italiana y búlgara que sufrió la Hélade desde 1941 hasta 1945. Durante ese período, que se caracterizaría por una política fascista y represiva, tuvieron lugar atrocidades de todo tipo en nombre del mantenimiento de un orden artificial e impuesto desde fuera. Ni siquiera las fuerzas del eje reconocían el Estado formado en Grecia -tampoco los Aliados-, conservándolo sólo como un férreo dispositivo para aplacar las posibles tensiones y levantamientos que pudieran tener lugar en la península griega. Entre otros gestos brutales, durante este período se llevó a cabo un Holocausto tan despiadado como el llevado a cabo en otros territorios de ocupación Nazi: se marcó a los judíos, se sitiaron sus barrios, se destruyeron sus cementerios y se les deportó en masa hacia Auschwitz y Treblinka, donde morirían dentro de campos de exterminio. Pero no sólo. Cuando los griegos comenzaron a organizarse en un Frente de Liberación (que agrupaba tanto a la izquierda comunista -el ELAS- como a una ambigua derecha insurrecta -EDES y EKKA-), el gobierno colaboracionista de Ioannis Rallis, uno de los sucesores de Tsolakoglou, creó los Batallones de Seguridad, una fuerza paramilitar que actuaba como policía del orden fascista. La situación en Grecia era prácticamente de guerra, y la crisis económica que acuciaba al país desde años antes agravaba aún más las terribles condiciones de la contienda. En esta ocasión, y dentro del marco de una lucha de liberación, los sentimientos nacionales del demos griego jugaron un papel esencial: había que expulsar a las fuerzas que dividían la nación, expulsar a aquellos que oprimían al pueblo.

Es obvio que realizar una comparación inmediata de la actualidad griega con las condiciones de la Segunda Guerra Mundial, sin dar muchos más argumentos, es un error. Pero no lo es tanto cuando sondeamos el malestar griego, cuando nos acercamos al sentimiento de pérdida del control de un país en manos de un nuevo "gobierno artificial", un gobierno que ha dejado de poseer legitimidad para muchos y que sólo obedece mandatos externos: los del capital europeo, las agencias de calificación y el FMI. La alusión a Tsolakoglou, exagerada desde una perspectiva histórica, adquiere relevancia cuando analizamos la impotencia democrática e institucional del pueblo griego. "No es un suicidio, es un asesinato" o la alusión a la "traición" de la carta del ciudadano griego, son vividas por muchos en el mismo sentido que una política de ocupación, ya que el ejercicio popular de la democracia ha quedado en gran medida suspendido, permitiendo que el capitalismo ponga en práctica en suelo heleno las más bárbaras de sus "prácticas canibalísticas". Y es que la severa acumulación por desposesión que el "eje" franco-alemán ha impuesto a su periferia más próxima, a los países del "sur" de Europa, lleva el camino de convertirse en el mayor gesto de violencia colectiva realizado por las políticas neoliberales de la UE en lo que va de siglo. Habría que desengañarse de una vez, quitando al término "crisis económica" todas las connotaciones naturales que el vocabulario liberal y los medios de comunicación tienden a darle; una crisis como la que vivimos no es un "seísmo", ni un "terremoto financiero", tampoco es un "ciclo decreciente" sin más o una "tormenta pasajera" de la que pronto -no se sabe cuando- veremos "brotes verdes". Una crisis como la que vivimos sólo puede enmarcarse en una ofensiva de clase más amplia, aquella que el capital -en su faceta neoliberal- lleva desplegando contra la población y las organizaciones obreras desde mediados de los años 70 del siglo pasado. Los casos de Inglaterra y Estados Unidos son, en esta misma línea, ejemplos históricos del camino hacia el que podrían moverse los pueblos europeos, perdiendo en dicha senda todas y cada una de las conquistas derivadas de los "pactos" entre capital y trabajo. Es necesario, por tanto, "historizar" la crisis ante tantas estrategias de naturalización de la misma, estrategias que sólo buscan evadir responsabilidades políticas, normalizar una forma de dominación económica y, al mismo tiempo, justificar unas severas condiciones de explotación bajo el nombre de "medidas de contención del gasto público". Una nueva máscara para un nuevo proceso de acumulación.


Acumulación y Deuda


Autores como David Harvey han puesto de manifiesto, a lo largo de su obra, como la dinámica del capitalismo, cuando comienza a perder su capacidad para generar beneficios, acaba por incurrir en "prácticas caníbales", devorando cada vez más esferas de la vida humana en pos de hacerlas rentables. Hoy en día, en pleno post-fordismo, hemos visto como se han producido, y siguen produciéndose, nuevas prácticas de expropiación que se sitúan a la misma altura que las leyes inglesas de destrucción de los terrenos comunes de los siglos XVIII y XIX, las "célebres" Inclosure of commons bill y Clearing of States Bill. Leyes que permitieron la aparición del proletariado industrial y que, hoy día, bajo otro nombre y en otro tiempo, permiten ampliar las condiciones y fuentes de explotación de una multitud global. La destrucción del derecho laboral, la sanidad pública y la educación en los países del sur de Europa sólo pueden pensarse dentro de un nuevo ciclo de acumulación del capital. Un capital que, arrastrado por su elitismo financiero, ya no necesita de fuerza de trabajo industrial en sus economías más desarrolladas y, por tanto, puede atomizar a sus propios trabajadores, limitando su libertad y transformándolos en empresarios de sí mismos. El neoliberalismo, gracias a este proceso, busca lograr uno de sus sueños anhelados: reducir la política y los derechos sociales a su mínima expresión, convirtiendo todas las formas de libertad al paradigma del consumo. No se trata de otra cosa más que de reducir el significado de la palabra "libertad" al término "rentabilidad", destruyendo por el camino las formas de vida de millones de personas.

Hablamos de Grecia, pero España, Portugal e Irlanda no están lejos de sufrir una convulsión similar gracias a la violencia de la deuda externa. Y es que la deuda, igual que la crisis, no es algo cuyas causas se deban solamente a la "poca previsión" de un país, a una economía en recesión o, simplemente, a la poca responsabilidad de los gobernantes. La deuda se ha convertido hoy día en un dispositivo de poder económico-político que obedece netamente a intereses privados y hegemónicos dentro del horizonte capitalista. Un dispositivo capaz de someter a poblaciones enteras. Una agencia de calificación, la responsable de valorar y emitir el estado de la deuda externa de los países, decide que nación posee las mejores y las peores condiciones de deuda, de modo que, según estas evaluaciones, pueden creársele problemas totalmente artificiales de endeudamiento a una nación. La valoración modifica los intereses de venta de la deuda, de modo que una mala valoración genera unos altos intereses a la hora de poner la deuda externa en venta, algo que puede reducirla -como sucediera en el caso Moody's - Portugal- al rango de "Bono Basura". Nadie querrá comprar una deuda de alto riesgo, ya que el país puede declararse rápidamente en suspensión de pagos, por tanto tendrá que subir sus intereses para venderla (algo que incrementa la debilidad de la economía del país, que puede verse mucho más comprometido). Ahora bien, si tenemos en cuenta que las principales agencias son privadas y están financiadas por bancos, nos damos cuenta de que las deudas, lejos de ser un problema de la economía de un país, son un mecanismo de inducción de crisis y de destrucción de derechos sociales, un proceso que los ideólogos "neocon" presentan como necesario en pos de saldar el adeudo contraído con instituciones financieras u otras naciones. Pero el problema de la deuda es mayor. Para empezar, porque la deuda externa en sí misma -compuesta por una parte pública y otra privada- ha jugado, desde los inicios de la crisis, en favor del capital financiero y de mantener la estabilidad del capitalismo internacional. Es falso que los países endeudados tengan una "terrible deuda" que para ser cubierta haya de asumir "grandes recortes"; recordemos las estrategias de las diferentes naciones europeas a la hora de "superar" la crisis: financiar instituciones financieras al borde del colapso con dinero público, derivando gran parte del PIB al mantenimiento de un equilibrio precario. Una serie de iniciativas que, como hemos visto, han fracasado. El caso de España, después de Grecia, es más que significativo: teniendo un gasto social por debajo de la media Europea, se nos dice que hemos de recortar nuestros derechos porque "hemos vivido por encima de nuestras posibilidades", haciendo recaer en las clases sociales más vulnerables y con menos ingresos el peso de una deuda que es en su mayoría privada. Si a ello le sumamos el problema de las agencias -la mayoría estadounidenses-, tenemos un sistema de perpetuación de la desigualdad mundial que, además, podrá inducir crisis y problemas económicos "a la carta". Pero todo está, por supuesto, montado sobre la base de las contradicciones fundamentales del capitalismo.

Los nuevos procesos de acumulación, que buscan nuevas fuentes de riqueza que explotar, están encaminados al pago de las deudas, algo en consonancia con la ideología neoliberal de la "austeridad", a la que no le importa someter a los pueblos a la miseria con tal de que las cuentas de las élites mundiales obtengan beneficios.


Grecia, otra vez


La carta de Dimitris Christoulas, llena de rabia y frustración, no erraba el tiro al manifestar sin ambigüedades una de las nuevas facetas del poder del capital: una dominación económica inmediata, capaz de poner en tela de juicio la soberanía política de una nación y una democracia instituida por un nuevo "gobierno de ocupación", la llamada troika (BCE, UE y FMI). Su alusión a los levantamientos del Frente de Liberación Griego, que acabó expulsando a los "traidores" y a los ejércitos de ocupación no es tampoco un gesto sin importancia. La conflictividad civil, que aumenta por momentos, podría llegar a estallar de manera mucho más directa, abandonando las tácticas de guerrilla urbana por otras formas de acción más organizada en nombre de la justicia social y una democracia vendida y pisoteada. Veremos como se desenvuelven los acontecimientos.

Se habla, ahora, de que la tasa de suicidios en Grecia ha aumentado. De que la crisis, desde sus efectos más globales a los más cotidianos e íntimos, tiene la capacidad de inducir la muerte. El caso de Christoulas ha hecho que los medios vuelvan la mirada a esas cifras, una muestra más de la verdad que portaban las pancartas de los manifestantes en Salónica y Atenas: "No es un suicidio, es un asesinato". Sin embargo, habría que acudir también a las cifras de todas las personas en situación de vulnerabilidad y pobreza, a todos los afectados por la crisis en Grecia para hacernos una mínima idea de que está sucediendo allí y cuales pueden ser los próximos pasos de la política en España. También habría que ver como los movimientos sociales en España y sus sindicatos -con una credibilidad severamente dañada- son capaces de encarar todo lo que se nos viene encima desde la UE. Ojalá no haya otro Dimitris Christoulas que vuelva a hacernos mirar nuestro presente con tanta indignación. Con tanta impotencia. Pero por suerte o por desgracia, como decía una antigua maldición china, vivimos tiempos interesantes. Abiertos tanto a lo mejor como a lo peor. Habrá que caminar hacia lo mejor en común, poniendo fin a la barbarie del capitalismo.


Mario Espinoza Pino